domingo, 22 de junio de 2008

Reflexión sobre el género

[el relato] “Se parece las semillas que durante miles de años estuvieron herméticamente cerradas en las cámaras de las pirámides y conservaron sus fuerzas germinadora hasta el día de hoy”[1]

Si la entrevista era un té para tres, en la crónica el que ponía el cuerpo, en la narración la historia es el centro, lo importante.

Todo puede contarse, todo merece ser relatado, desde grandes hazañas a historias mínimas. Depende sólo de cómo lo hagamos. Allí aparece la pericia del narrador: armando estructuras, manejando los tiempos, las tensiones y distensiones, como un artesano experto.

Los chamanes y brujos poseían ese “don”, eran los que transmitían a través de la oralidad las tradiciones y experiencias de los pueblos. Benjamín establecerá dos grupos de narradores: los campesinos y los marineros mercantes. Y es comprensible, ¿Quién no quiere contar todo lo que vio, vivió y aprendió durante un viaje?

Saber contar, ese siempre fue un reto para mi, calculo que debe serlo para cualquiera que emprenda el oficio no tan terrestre de escribir, también es saber escuchar y transmitirlo de una manera que atrape, que incluya al lector/oyente.

Pero narrar no es informar.

La información dista bastante de la narración. La información en tanto datos pierde su sentido cuando deja de ser nueva. Las narraciones no informan todo, dejan un espacio para que el receptor reconstruya el sentido, en un eterno dialogo. Un cuento siempre es nuevo, siempre es interpretable de diferentes maneras. Cuando leemos y releemos a Borges es inevitable preguntarnos por la eternidad, la soledad y el destino. ¿Cuántos recordamos la nota central del diario de ayer?

Tuve un profesor de Literatura española que tenía la hipótesis que todas las buenas historias en el fondo contaban una historia de amor, cosa que quedo rondando siempre en mi cabeza, y cuando leía buscaba esa segunda historia. Piglía vino a confirmarme esa búsqueda.

“El arte de narrar es un arte de la duplicación; es el arte de presentir lo inesperado; de saber esperar lo que viene, nítido, invisible, como la silueta de una mariposa en la tela vacía”[2]

Tal es esta sea la metáfora que persiga a todo aquel que pretenda narrar historias, es saber esperar, es saber escuchar, toda historia merece ser contada, sólo se trata de buscar la forma.


[1] Benjamin, Walter, El narrador, Editorial Taurus, Madrid 1991

[2] Piglía, Ricardo, Formas breves, Temas Grupo Editorial, Buenos aires, 1999

No hay comentarios: